viernes, 4 de junio de 2010

EL ABISMO

El vacío le estaba llamando.

El hombre - Amaury era su nombre - miraba fijamente hacia abajo, apenas sostenido por sus dos manos y por débiles jirones de voluntad.

Se encontraba en la azotea del último piso - de una torre de 40 - del otro lado de la baranda. Sus pies apenas cabían en el poco espacio que había.

Su deseo y voluntad eran uno solo: terminar con todo y abandonar éste mundo cruel que tan ingrato había sido con él.

El sol brillaba intensamente y la velocidad del viento era tal que estaba completamente seguro de que con solo soltar una de sus manos la fuerza del mismo le arrastraría inexorablemente al abismo.

Una pájaro pasó volando casi enfrente del hombre y - como si él no existiese - continuó su vuelo con rumbo desconocido, sin siquiera percatarse del drama que se desarrollaba a su alrededor.
Amaury estaba a pocos segundos de armarse del valor suficiente para saltar al vacío y terminar con todo.

En realidad la decisión ya estaba tomada desde el momento que apretó el botón del elevador para desplazarse hacia lo más alto de la mole de concreto - pasando primero por sus entrañas - para poder llegar a su cima.

Mientras su cabello se mecía con la brisa, meditaba en lo injusta que había sido la vida con él: despedido de su trabajo; dueño de un cúmulo de deudas atrasadas y candidato seguro a un embargo de su casa, a causa de los atrasos que tenía con sus pagos.
Y lo peor es que no había reunido el valor para decirle a su familia la gravedad de la situación. Su hombría le impedía hacerlo.

Había intentado de todo para encontrar una salida, pero ya ninguna de sus tarjetas de crédito "estiraba más". En realidad ellas eran la causa primaria de que estuviese cara a cara con la Parca y a punto de dilucidar la Gran Incógnita.
Estaba totalmente convencido de que a sus 45 años las opciones para comenzar de nuevo eran prácticamente inexistentes.

Por un momento su mente se lanzó al aire primero que su cuerpo y a causa de ello por un instante pudo sumergirse en las placenteras aguas del pasado y estremecerse al sumergirse en ellas.
Se vio rodeado súbitamente de tantos recuerdos y memorias de otros tiempos ya idos - todos ellos pletóricos de juventud y esperanzas - que su corazón por un momento volvió a sentir alegría y regocijo.

Al momento de desembarazarse del abrumador abrazo del pasado cayó en cuenta de que ahora solo tenía deudas; compromisos; una reluciente calva; 45 años; un prominente vientre y un corazón aplastado por la desesperanza y la desilusión.
La decisión estaba tomada: saltaría y acabaría con todo, en los segundos que le tomara llegar hasta el suelo y estallar en miles de pedazos sanguinolentos. En realidad hacía mucho tiempo se sentía así.

Estaba abriendo una de sus manos cuando ocurrió el más bizarro de los acontecimientos: su celular empezó a sonar.

Dicho evento le sacó de concentración y por puro instinto su mano volvió a engarfiarse contra el duro tubo de metal de la baranda en un acto reflejo que no tenía nada que ver con su voluntad de morir a la brevedad posible.

Por unos instantes - "ring" - estuvo indeciso sobre si contestar o no.
Por una parte - "ring" - le parecía patético que un casi suicida considerase contestar una llamada cuando estaba a solo - "ring" - dos manos de caer en el abismo.

Sin embargo - "ring" - otra parte de su ser deseaba saber quién y para que le distraía de la tarea más relevante de su vida: aquella que acabaría con ella. "Ring".

Súbitamente el sonido del celular cesó y nuevamente el bramar del frío y poderoso viento que corría a su alrededor reinó, opacando con su fuerza todos los demás sonidos.
Si alguien pudiese verlo en ese momento habría podido pensar que se había tornado en estatua de piedra. Tal era su inmovilidad y concentración.

El sonido de la alarma de su celular - avisándole que tenía un mensaje de voz - casi le hace caer en brazos de la muerte. Tal fue el susto que le causó.

Pudo más la curiosidad por saber quién era el inoportuno que se interponía entre él y sus ansias de morir: no podía concebir el desespero que podría sentir en su caída ante la entonces imposibilidad de poder saber el contenido de ese último mensaje.

Giro sobre sí mismo y se afianzó con la baranda, no fuese que cayera por un último acto de torpeza y no por un claro acto totalmente bajo su control, como pocas veces en su vida había podido.

Marcó las teclas y los códigos necesarios para escuchar el que él consideraba su último mensaje de voz.
Apenas escuchó la primera milésima de segundo del mismo reconoció a su autor: era su hijo de 9 años.

- "Papá, porfa cuando regreses, pasa por la farmacia y compra papel, ya que necesito imprimir la tarea y ya no hay."

Su voz sonaba tan hermosa que las lágrimas empezaron a inundar sus ojos y sintió como su alma se desplomaba totalmente dentro de él, bajo el peso del amor más puro y sublime de todos.

- "Y si puedes me compras un M&M. Tu sabes, del que a mí me gusta - continuó. "Te quiero mucho."

Se abrazó contra el barandal y todo ese dolor que llevaba por dentro fluyó como un torrente - causándole inclusive arcadas, actuando como un ente de depuración y purificación total.
Así estuvo por varios minutos mientras jadeaba violentamente.

Después que recuperó la calma - y de que ya no tuviese más lágrimas - había tomado una decisión. Ya no habrían más dudas.

Mientras se dirigía de vuelta hacia la puerta – la que hasta hacía unos momentos atrás pensó sería la última que atravesaría - iba pensando en que todavía tenía muchas cosas por hacer.
Pero por ahora se concentraría en conseguir una resma de papel y un paquete de chocolates.
Ya se preocuparía por lo demás en su momento.

Después que la puerta se cerró detrás de él, el viento aulló con mayor fuerza, pero Amaury nunca se percató de ello.

Autor: Yohel Amat

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