viernes, 6 de noviembre de 2009

Confieso que he pecado: El error de generalizar

urbano hombre

 

Generalizar es señalar la paja en el ojo ajeno sin reparar en la viga del nuestro.
Anónimo

El sistema de transporte de la capital de mi país es un desastre. Los buses la mayoría de las veces son chatarras ambulantes, a la vez que trampas de muerte y lóbregas cavernas hediondas, escenario del sufrimiento diario de aquellos desdichados que no tienen otra alternativa para transportarse.

Los dueños de dichos vehículos lo único que les importa es la cuota diaria que les tiene que entregar el conductor del vehículo y todo lo demás es secundario para él.
Por lo inhumano del sistema, los conductores conducen como energúmenos y son la principal causa del estrés generalizado que vivimos la mayoría de los conductores que tenemos la desgracia de toparnos con ellos.

En mi concepto todos los conductores de estos anacrónicos ejemplos de nuestro tercermundismo todos son iguales: maleantes, groseros, irresponsable y una amenaza a todo lo que sea decencia y respeto al derecho ajeno.
Todos son iguales.” – decía mientras meneaba mi cabeza de un lado al otro.

Sin embargo un día en uno de los corredores de nuestro país me tocó ponerme en una fila que conducía a una caseta de peaje en la cual el sistema de cobro se acababa de dañar.
Por ello me veía en la disyuntiva de luchar contra una jauría de carros que se empeñaban en dejarme fuera de la fila más cercana por algún oscuro motivo.

Cual fue mi sorpresa, que uno de los llamados “Diablos Rojos” se dio a la tarea no solo de darme cortesía para poder entrar a la fila que me urgía, sino que además ayudó a muchos de los desventurados que se encontraban en mi misma situación.

En realidad, ya había visto varios ejemplos de conductores – no sólo de buses de transporte, sino además de taxis – que ostentaban buenos sentimientos hacia sus congéneres y que desplegaban cortesía en el manejo; respeto hacia las leyes y consideración hacia los demás conductores. En realidad los había visto, pero no había caído en cuenta de ello.

Ello me llevó a darme cuenta de que muchas veces durante el día tendemos a tachar a los individuos pertenecientes a algún grupo social – léase políticos; léase personas de barrios populares; léase personas pertenecientes a un gremio o profesión, etc. – como individuos uniformes en su comportamiento y con los mismos patrones de comportamiento.

Muchas veces el estrés diario nos lleva a actuar así, impidiéndonos ver la realidad a nuestro alrededor: los individuos todos tenemos similitudes, pero también muchas diferencias.

El hecho de generalizar y tildar a una persona en base a su profesión o medio de vida simplemente es una forma fácil de denigrar a nuestros semejantes.
Además sirve como forma de dar rienda suelta a todo ese cúmulo de frustraciones que acumulamos día a día en nuestra lucha diaria por el sustento y por alcanzar la excelencia.

El hecho de generalizar nos pone en una posición aparente de poder, la cual nos permite señalar los errores de los demás sin reparar en los muchos dedos que apuntan hacia nosotros: nos convertimos en una sociedad de “señaladores” profesionales.

Lo propio es auto examinarnos y detectar aquellos comportamientos que nos hacen repelentes o indeseables hacia nuestros semejantes y con ello comenzar a cambiar las cosas desde donde realmente tenemos el control: nuestro interior.

Autor: Yohel Amat

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