miércoles, 4 de noviembre de 2009

Confesiones de un mediocre en rehabilitación: Capítulo 7; De la adolescencia a la etapa adulta – La Gran Transición

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Capítulo anterior: Capítulo 6; Las Bases del Futuro

De cómo emprender una gran tarea… pero con todas las de perder

Tal y como ya hemos comentado, venimos a este mundo con todo el equipo necesario para alcanzar las alturas más altas y para desarrollar plenamente todos los talentos con los que nacemos y sin embargo somos programados para perder.

Pero como siempre, cuando alguien pierde otros ganan.

Mi experiencia

Yo crecí en una ciudad pequeña y fronteriza de mi país. Eran los 80, Siglo XX, y la verdad es que es una época que recuerdo con mucha nostalgia, ya que era joven y creía estar seguro de lo que quería de la vida.

A mis 18 años solo quería tres cosas:

  • Conseguir mi documento de identidad que me acreditara como ciudadano mayor de edad (“Para poder hacer lo que me daba la gana” – pensaba.)
  • Entrar a la universidad (Para estudiar la carrera de computadoras y para conocer chicas)
  • Conseguir un trabajo (“Para comprar lo que quisiera”)

¿Difiere esto mucho de lo que usted deseaba a esa edad? Estoy seguro que no.

Y si tienes esa edad al leer ésta columna o si estas pronto a cumplirla, también creo que deseas lo mismo, exceptuando lo de la carrera de computadoras, donde estoy seguro que tendrás otros gustos al respecto.
En realidad esa carrera la elegí simplemente por instinto, producto de varios artículos que había leído en diferentes revistas.
Nunca en mi vida había tenido una computadora, así que este deseo se basaba puramente en suposiciones y en corazonadas de que ello era lo que realmente deseaba hacer en la vida.

image Deben tomar en cuenta que para 1982 las computadoras personales apenas habían salido al mercado y sus precios eran altos.
Por ejemplo, una típica computadora IBM – compañía inventora del género de la computadora personal - podía costar alrededor de $6,000.00 y en mi hogar no disponíamos de tamaña cantidad.

Nunca tomé ninguna prueba de aptitudes para ver si mis talentos eran los adecuados para la carrera y menos aun analicé si el mercado estaba preparado para profesionales de dicha carrera.
Tampoco calculé los costos de dicha carrera para ver si en la familia disponíamos de lo necesario para sufragarla.
En otras palabras, todo lo hice basado en pálpitos y en suposiciones, conducta que los años me han enseñado es suicida, como lo reiteraremos más adelante en la presente obra.

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Una de las grandes ilusiones que tenía a esa edad era la de estudiar en España, ya que tengo mucha familia allá.
Sin embargo del sueño nunca pasé. Nunca hice un análisis de ese deseo y de que era lo que necesitaba para alcanzarlo.
Y peor aún: mi padre tampoco.

A muy temprana edad mi nos llevó a todos en casa a un viaje de un mes a España, recorriendo muchas partes de ella y dejándome, hasta el día de hoy, con varios de los recuerdos más agradables de mi vida.
De allá mi padre vino con dos cosas: con una inversión en bonos y con la idea de que fuéramos a estudiar a España la universidad.

Cometí un error en aquella ocasión – uno de los primeros que cometería a lo largo de mi vida – y fue que dilapidé los beneficios de mi primera aventura financiera.
Varios de esos bonos estaban a mi nombre y todavía recuerdo que periódicamente tenía que ir al correo público a recoger los cheques que correspondían a los dividendos ganados. Si mal no recuerdo los cheques eran trimestrales.

Como buen “animalito salvaje” - en términos financieros - nunca abrí una cuenta de ahorros con ese dinero; o preparé un fondo para el ambicioso sueño de irme a estudiar al extranjero.

Yo pensaba que todavía ese sueño estaba lejos y que llegando el momento las cosas se arreglarían solas y todo saldría bien.

Lo que hice fue:

  • Seguir esperanzado en que mi papá en su momento me daría todas las facilidades para cumplir ese sueño que él había despertado;
  • Y gastarme el dinero trimestral tan pronto como pudiera en cosas fútiles e innecesarias en términos del alcance de mis sueños, ya que de metas… nada.

Ahora, ya empezaba a vivir en mi “matriz” y por ello me dejé llevar por los mensajes de mi entorno, los cuales le enseñan a uno a gastar y consumir. Lo último a lo que te incentivaban es a ahorrar.

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Si hubiera sabido aprovechar la oportunidad que mi padre me dio – ¡Pobre púber ignorante! - hubiera ahorrado dicho dinero para poder tener los recursos necesarios para alcanzar el gran anhelo que tenía de estudiar en el extranjero.

Sin embargo, carecía totalmente tanto del conocimiento como de las herramientas mentales necesarias para haber podido aprovechar esa oportunidad sabiamente.

Por un lado mis progenitores no estaban conscientes de que necesitaba una guía al respecto, y por otro ni yo estaba en la capacidad – es lo más probable – de asimilar el consejo en caso de haberse dado.

En otras palabras, por mi falta de visión ya estaba comprometiendo mi futuro, al no prepararme para alcanzar mis futura metas.
En lugar de eso me dediqué a vivir para el presente y a esperar a ver qué pasaba.

He querido resaltar este punto – ampliamente explicado en capítulos anteriores – para ilustrar que en la adolescencia es que empezamos a adquirir los malos hábitos que serán nuestra perdición en el futuro.

(continuará)

Autor: Yohel Amat

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