jueves, 28 de enero de 2010

Es un problema de actitud

En muchas ocasiones se escucha a muchos administrativos comentar lo difícil que es conseguir personal competente.

COMPETENTE: Persona experta o que conoce bien una disciplina o una técnica, o que tiene capacidad y aptitudes para ocuparse de ella

Ahora el término “competente” es muy ambiguo, ya que prácticamente cada gerente tiene su propio concepto al respecto.

Para muchos una persona competente es aquella que hace su trabajo de forma eficiente.
Para otros, un competente es aquel que al menos no causa problemas o que los causa en menor grado que el resto de sus compañeros de trabajo.
Para muchos el competente es aquel que hace todo lo que su jefe le solicita sin chistar.

Sin embargo, nos ceñiremos a la definición arriba descrita y la cual engloba prácticamente nuestro concepto de “persona competente”, a saber “persona con capacidad y aptitudes para ejecutar una tarea.”

Muchos administrativos tienden a relacionar estudios o grados académicos con competencia y ello “per se” es un error, ya que está harto demostrado que no son sinónimos.

Lo triste es que en el fondo la afirmación aparenta ser cierta, ya que es sumamente difícil encontrar la persona adecuada para el puesto de marras.
En muchas ocasiones ello se debe a una falla no de parte del empleado, sino de la persona que lo designó para la tarea en curso, ya que muchas veces resulta que las aptitudes de la persona riñen con los requerimientos del puesto y por ello el resultado final es un desastre.

Por ejemplo, una persona tímida – por más títulos académicos que tenga – y con dificultades para entablar relaciones de amistad o afecto con sus semejantes, pasaría por un duro trance si se le pone en un puesto donde tenga que tener trato con el público.

Por ello se argumenta que una de las habilidades que todo jefe debe desarrollar es la de determinar el puesto adecuado para cada uno de sus empleados de manera que puedan “brillar” de acuerdo a sus capacidades.
A veces éste es un proceso de “ensayo y error”, pero en la mayoría de los casos con un poco de práctica e interés se puede llegar a ser muy diestro en ello.

Sin embargo, hay otra cara de la moneda: la del empleado.
En muchas ocasiones, el mismo es el principal culpable de que los resultados conseguidos en su puesto de trabajo sean mediocres, ya que su actitud no es la correcta.

Por ejemplo, muchas personas aparentan ser ineptas en sus funciones y en el fondo tienen todo lo que se necesita para que sus resultados fueran otros, pero el problema es que su actitud impide que su potencial se explote al máximo.

Frases como:

  • Bueno equivocarse es de humanos, por lo que siempre habrán errores.”
  • No hay otra forma de hacer esto o aquello.”
  • Voy a intentar que esto no vuelva a ocurrir.”
  • Es lo mejor que puedo hacer.”
  • La culpa no es mía.”

solamente revelan que la persona está experimenta un sentimiento de “inevitabilidad” el cual le impele a pensar que no hay forma de mejorar los resultados de su trabajo, ya que la culpa siempre es de otros, ya sea entes animados o inanimados.

En realidad con sólo cambiar nuestra actitud ante nuestro sistema de trabajo y con reparar en que es estúpido seguir pretendiendo que las cosas van a cambiar por sí solas o haciendo las mismas cosas, lograremos entonces comprender que el agente de cambio se encuentra donde siempre ha estado desde nuestro nacimiento: dentro de nosotros mismos.
En el momento que comprendamos esto entonces podremos “brillar” en el puesto que sea.

Autor: Yohel Amat

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