viernes, 2 de octubre de 2009

La muerte: Destino Final

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No le temo a la muerte, sólo que no me gustaría estar allí cuando suceda.
Woody Allen

Hace poco en mi país falleció un ex presidente muy querido por el pueblo y las muestras espontáneas de cariño y dolor eran conmovedoras.
Las lisonjas y los halagos hacia su figura, aún por parte de sus antiguos adversarios políticos, me llevaron a meditar con respecto a la gran fascinación que la parca ejerce sobre todos nosotros.

La muerte para muchos es el fin y nuestro cenotafio nuestra morada eterna.
Para otros, la muerte es el paso previo hacia el mas allá, donde nos aguarda otra vida, en la cual pasaremos la eternidad, ya sea pagando por nuestros pecados o disfrutando de la presencia de Dios.

Todo lo anterior es especulación, ya que aunque se argumente lo contrario, nadie ha vuelto para contarnos como son las cosas por tan lúgubres parajes.
Lo que si es cierto y unánime, es que todos respiraremos del frío hálito de la muerte, queramos o no.

Cada vez que un ser querido parte, se crea un vacío en nuestras vidas en directa proporción al cariño que le teníamos.
Todos los defectos del recién fallecido desaparecen como por arte de magia y ya nadie se acordará de sus malas actitudes – todos los humanos las tenemos – y de sus desplantes.
Esto es así porque en el fondo lo que subyace es un solapado sentimiento de que su partida fue definitiva… y que nunca más le veremos.

Lo que si es cierto es que nuestro paso por la vida es muy breve y es apenas un suspiro en el amplio salón de la historia del hombre sobre esta tierra.
De allí la importancia de tratar cada día con la urgencia que se merece al saber que el tiempo - a cada paso del segundero - se nos agota… para no volver.

No podemos darnos el lujo de pensar que “todavía tenemos tiempo”, ya que si usted se pone a pensar, el tiempo pasa muy rápido.
En mi caso a veces me parece que fue ayer que era un púber disfrutando del parquecito del colegio con sus amigos y disfrutando de las dulces mieles de la juventud.
Todos estábamos convencidos de que el tiempo nos era dado a raudales y que su fuente – de la cual bebíamos diariamente – nunca se agotaría.

Sin darnos cuenta, su caudal fue disminuyendo gradualmente hasta que un día descubrimos lo que nunca antes habíamos sentido: la sed de vivir, ya que toda nuestra vida disfrutamos de la misma en abundancia.

logo17c ¿Mi mayor temor? Que Átropos llegue a cortar el hilo de mi vida y me encuentre sin haber intentado vivir y no sólo sobrevivir.
Que me halle sin haber utilizado los dones que Dios me dio y revolcándome en mi propia mediocridad.
Que en dicho momento – y al ver como la implacable tijera corta el hilo de mis pensamientos – me pregunte “¿Para que viví?”… y que no tenga nada que responderme a mi mismo antes de perderme en la inconsciencia eterna.

Propongámonos aprovechar el tiempo que nos queda y decidámonos a aprovechar cada segundo de nuestra vida… como si fuera el último.
En realidad no sabemos si así mismo es.

Autor: Yohel Amat

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