lunes, 12 de octubre de 2009

¿Realmente tu eres tu?

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Cuando el hombre no se encuentra a sí mismo, no encuentra nada.
Johann Wolfgang Goethe (1749-1832) Poeta y dramaturgo alemán.

En muchas ocasiones - y desde tiempos inmemoriales - el hombre se ha hecho a sí mismo la misma pregunta: “¿Quién soy yo?”.
La respuesta a ésta pregunta se presta a muchas conjeturas y es material de debates alrededor del mundo.

La ciencia tiene su propia respuesta; la religión tiene otra; la filosofía posee la suya; la metafísica argumenta tener la correcta.
Todo el mundo opina.

Para algunos, las personas son lo que poseen: entre mas riqueza o poder posean, más afianzan su concepto de persona y de individuo y les lleva a pensar que tienen al mundo agarrado por el mango.
Para otros somos un nombre o lo que se ve en el espejo.
Otros argumentan que las personas somos lo que contenemos por dentro: nuestros valores; nuestro espíritu; nuestra alma; nuestro corazón.
Todo lo demás es superfluo.

Cuando nos hemos hecho ésta pregunta a nosotros mismos, es porque nuestra humana naturaleza nos impele a ello, ya que el ser humano siempre está ávido por descubrir el propósito por el cual existe; el porqué de su estadía en la Tierra.
Muy en el fondo todos intuimos que cada uno de nosotros tiene un propósito para su vida y que parte del objetivo de nuestro deambular sobre la Tierra radica en descubrir cual es.

Lo importante es estar consciente de que si nuestra valía se basa en posesiones materiales; prestigio; posición; poder, etc.; entonces estamos sujetos a los avatares de las decisiones de entes externos a nosotros… y sobre los cuales generalmente no tenemos ningún control.

Las posesiones materiales se pueden perder en un instante; el prestigio desaparece… y a veces injustamente debido a las artimañas de nuestros enemigos; la posición en un trabajo o en una sociedad es temporal y se puede perder; y el poder… bueno, creo que no hay que agregar nada al respecto.

Si el concepto que tenemos de nosotros mismos se basa en éste tipo de elementos, al perderlos quedamos sin piso y tendemos a quedar totalmente perdidos y desamparados, al quedar completamente confundidos al desaparecer lo que constituía nuestra valía.

Durante mis 14 años de trabajo conocí a ejecutivos que cuando estaban en la compañía transpiraban un aura de seguridad y de poder que realmente se podía palpar y sentir. Inspiraban respeto.
Su poder se extendía por todo su reino y su palabra era la ley.

Sin embargo a muchos de ellos los conocí en persona fuera de la compañía y me di cuenta de que una vez traspasaban los umbrales de la compañía se convertían en un mortal más.
Gran parte de ellos no saben como desenvolverse en el mundo exterior, ya que fuera de la compañía, a nadie le interesa un comino quienes eran ellos, ni que posición ocupaban dentro del engranaje ejecutivo de su compañía.
Para ellos, eran una persona más.

Ello conducía a que dichas personas abandonaran el concepto de “tener una vida” – familia, consorte, hijos, negocio propio, etc. – para refugiarse en el único lugar donde se sentían alguien; donde realmente pensaban que tenían un propósito: su trabajo y su posición.

Triste es el destino de aquellas personas que basan su ser y su valía en elementos ajenos a su control – como los antes mencionados – ya que carecerán del control y de la influencia necesaria para realmente determinar para que están en éste mundo, ya que otros son los que tomarán esa decisión por ellos.

En otros casos las personas se centran en otros elementos como la familia; la religión; la política; etc., los que al final hacen el mismo daño que centrarse en el trabajo: limitan a la persona y no le permiten ser lo que realmente debería ser.

Quién realmente somos, solamente lo podemos determinar nosotros mismos, y para ello deberíamos tener la sabiduría de darnos a nosotros mismos la libertad de examinar y “ejercitar” cada una de nuestras facetas, de manera que nuestro ser se manifieste de forma integral y no de la manera mutilada que la mayoría de nosotros ostentamos.

Autor: Yohel Amat

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