jueves, 8 de octubre de 2009

Del “aikido” como ejemplo de cómo usar la energía de nuestros problemas

image

Enfrentarse, siempre enfrentarse, es el modo de resolver el problema. ¡Enfrentarse a él!.
Joseph Conrad (1857-1924) Novelista británico de origen polaco.

El “Aikido” es un arte de defensa personal basado en la no violencia y en no oponer resistencia hacia los ataques.
Los mismos son esquivados de manera grácil por medio de movimientos del cuerpo – semejantes a pasos de baile - de manera que la fuerza del ataque del oponente se usa en su contra para causarle un desequilibrio; momento en el cual se aprovecha para proyectarlo o para inmovilizarlo, siempre procurando no causar daño, o al menos el menor posible.

 

 

Ante los problemas que enfrentamos a diario, tenemos dos caminos: enfrentarlos o evadirlos.
El segundo es de uso común, y durante la mayor parte de mi vida fue mi patrón de conducta ante los problemas, en especial los financieros.

La forma constructiva de lidiar con los avatares de la vida – por consecuencia – es enfrentando la situación para buscarle una solución.
Ahora, hay dos formas de hacerlo: oponiéndole resistencia o aprovechando la inercia de su ataque.

La realidad es que los problemas tienen su propia energía. Y si a ello le sumamos que toman de la nuestra, si nuestra actitud no es la más adecuada, estamos ante la explicación de porqué al final del día nos sentimos como si una manada de bisontes hubiera pasado por encima nuestro.

Cada vez que nos preocupamos o que renegamos del porqué nos tocó tamaña vicisitud, lo único que hacemos es traspasar parte de nuestra energía hacia el problema, logrando con ello hacerlo más fuerte y disminuyendo las probabilidades de poderlo resolver.

La mejor manera – en nuestro concepto – de enfrentar un problema es mantener la calma y mente fría, de manera que ante su virulenta embestida tengamos todos nuestros sentidos puestos en aprovechar la fuerza de la situación y utilizarla para encontrar una salida.

Hace unos meses hice un trabajo en un local en las afueras de la ciudad.
Como se trataba de un amigo le hice un precio especial donde la ganancia era irrisoria, confiando en que el trabajo era sencillo y rápido de ejecutar.

Llegué al local de marras con las dos unidades de piezas que iba a requerir – previa inspección hecha en día anteriores – y al momento de ejecutar el trabajo pude determinar que había cometido dos errores: las piezas no eran las correctas y sólo se necesitaba una.
Ello quería decir que tenía que regresar a la ciudad a cambiarlas y a requerir una sola unidad de la correcta, sabiendo de antemano que no me devolverían el dinero.

De más está decirles que la poca ganancia que mediaba la iba a perder en gasolina y tiempo.
Además iba a quedar con dinero de mi bolsillo en una nota de crédito que no necesitaba y por último iba a tener que devolver la diferencia del total al cliente… y en efectivo.

En lugar de maldecir como un pirata por mi mala suerte – no era tal, ya que la culpa era toda mía – me enfoqué en lo realmente importante: la satisfacción del cliente.
Lo más importante en ese momento no era clamar a los dioses en busca de una explicación, sino hacer las gestiones necesarias para que el cliente solucionara su problema y para dejar la puerta abierta para futuros trabajos. No había tiempo ni para enojos ni para reclamos.

Éste ejemplo ilustra un cambio de paradigmas en mi vida - proceso que no ha terminado - ya que dominar el arte de aprovechar la inercia de los problemas, no se alcanza de la noche a la mañana.

Autor: Yohel Amat

No hay comentarios:

Publicar un comentario