miércoles, 24 de marzo de 2010

En Búsqueda de la Excelencia: Un aire de tristeza

El hombre llevaba más de una hora conduciendo. Si acaso había avanzado 3 km sería mucho. Se dirigía hacia su trabajo de cajero en un banco de la localidad.

Todos los días hacía el mismo recorrido por las mismas calles y prácticamente a las mismas horas.
La lucha diaria con el tráfico de la gran ciudad donde residía le quitaba mucha de la poca energía que recababa después de una noche de intranquilo sueño.

Últimamente no podía dormir bien y sobre su alma existía un gran peso que la ahogaba y aplastaba, causando con ello que durante el día deambulara con su corazón apretado por un invisible e implacable puño de hierro.
Calmo como una bomba.

Todo lo que en ese momento quería era que llegara el Sábado para aprovechar las pocas horas que su trabajo le daba - a partir del mediodía de ese día - para disfrutar de un puñado de minutos del fin de semana.

Casi siempre disfrutaba de ello en casa acompañado de una película; de la TV y de al menos una cerveza que refrescara el angustiante calor que últimamente campeaba por doquier.
No había de otra, ya que su estrechez económica le impedía poder considerar la posibilidad de salir con su familia a divertirse. No recordaba la última vez que se habían podido dar ese lujo.

Súbitamente el taxi que iba delante de él se detuvo para recoger un pasajero, sin siquiera considerar el orillarse para ello.
Dentro de el conductor se armó una bola de ira que si se hubiese podido materializar, exteriorizar y proyectar hacia el causante de su rabia, hubiese desintegrado el vehículo - junto con el asno que lo conducía - en átomos.
Fue en ese momento que la vio.

Sentada en una parada de buses - de las pocas que había en la ciudad con un asiento y con techo - hacia su derecha, se encontraba una dama de bello rostro.
Toda su expresión y postura destilaba una profunda tristeza.

A pesar de la belleza de su rostro y de que su mirada vagaba en el vacío sin un objetivo fijo, todo en ella gritaba a voces una profunda desesperación que solo podía ser captada por el oído entrenado.

La experiencia duró solo pocos segundos - quizás 10 - sin embargo por un desconocido motivo no pudo dejar de pensar en el aura de pesadumbre que la mujer tenía.

No pudo evitar elucubrar sobre los motivos que la habían llevado a tal grado de desespero.
Habría sido un amor perdido? Sería el terruño - sus rasgos faciales aparentaban ser los de una extranjera - abandonado por el motivo que fuese? Sería algún tipo de problema financiero?

Sea cual fuese el motivo, sobre su alma flotaba un hálito de simpatía hacia la mujer, el cual se resistía a desvanecerse - cual niebla atacada por los primeros rayos del sol matutino - a pesar de sus esfuerzos por concentrarse en otra cosa.

El giro súbito e inesperado para entrar en el carril por donde circulaba nuestro conductor por parte de un bus - ilegal por supuesto - le causó un nuevo ataque de ira, el cual - al igual que todos los anteriores - se tragó, cual bola amarga y abominable.
Fue en ese momento que cayó en cuenta de que la mujer simplemente había sido un espejo: en sus bellos ojos azules lo que había visto era el abismo insondable de su propia alma.

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