martes, 28 de julio de 2009

El Montañista

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No rechaces tus sueños. Sin la ilusión, ¿El mundo qué sería? - Ramón de Campoamor

El sonido de un claxon saco al Señor xxxx de su ensimismamiento. Hacía un calor de los mil demonios.

El aire caliente entraba por la ventanilla – la tenía baja - ya que el aire acondicionado no funcionaba hacía meses.
En realidad, el auto andaba de a milagro.

Era un modelo con mas de 10 años de antigüedad que, al igual que su dueño, había conocido tiempos mejores.
Constantemente se dañaba y como xxxx no era que digamos muy previsor, siempre tenía que salir apurado a ver donde conseguía el dinero para la reparación de turno.

Sus amigos le sugerían cambiar el auto por uno nuevo o por uno de segunda mano pero con menos años, sin embargo xxxx nunca contemplaba esa opción, ya que tenía una relación de amor/odio por el mismo.´

- “¡Que va! Todavía mi carro da para mucho más.” – le decía a todo aquel que le sugería cambiarlo.

Lo que no se atrevía a admitir era que para él la tarea de cambiarlo era impensable, ya que sufría de estrechez económica y no quería aceptarlo… a veces ni a si mismo.

Se encontraba en medio del mas endiablado de los embotellamientos de tránsito y por ello iba a llegar tarde al trabajo.

-“Ya me imagino la regañada que me van a dar” – fue lo primero que pensó.

Laboraba desde hace diez años en un prestigioso banco de la localidad como ejecutivo de cuentas.
xxxx odiaba su trabajo.

Sin embargo ya se había resignado a que tenía que cuidarlo, ya que la situación estaba muy difícil y la crisis campeaba en su país.

- “Uno tiene responsabilidades que cumplir, así que hay que cuidar el trabajito” – se convencía a sí mismo.

xxxx ya demostraba un incipiente vientre a sus 40 años. Ya había pasado por dos operaciones y por un principio de diabetes.
Lejos en el pasado quedaban los años cuando lucía un porte atlético y practicaba deportes diariamente.

Idos estaban los años de juventud en los cuales soñaba con convertirse en un gran músico, su verdadera pasión de siempre.
Cuando era púber siempre iba acompañado de su guitarra y todo el que le oía le reconocía sus dotes de músico y cantante.
Inclusive en algún momento de su vida había llegado a formar parte de un grupo.

- “!Que tiempos aquellos!” – pensó para sí.

No pudo evitar nuevamente – y para hacer mas soportable el calor – sumergirse en las brumas del pasado…

Recordó cuando su espíritu era indomable y nada para él era imposible.
Su hermano era totalmente diferente: era un ser taciturno y solitario que prefería encerrarse en la casa de sus padres a leer libros. Nunca le gustaron los deportes ni le llamaba la atención la aventura.

Nunca podría olvidar como su hermano le miraba, con la admiración de aquel que es incapaz de emular sus actos, cuando decidía irse de excursión a escalar el punto geográfico mas alto de su región: el monte xxxx. Quisieran sus padres o no. Nada le detenía.

Esta era una montaña muy alta, la cual era el centro de atención de muchas personas amantes de los peligros y de la naturaleza.

A xxxx no le importaba si conseguía compañía o no para subir el monte: su decisión era inapelable.
Se sentía suficiente para vencer a la montaña, con compañía o sin ella y en muchas ocasiones había conquistado su cima.

El escándalo del tubo de escape de un bus nuevamente le arrastró del campo de los recuerdos, al árido paisaje de su realidad actual.

- “¡Malditos buses!” – exclamó.

Ya llevaba un retraso de 10 minutos y para entretenerse comenzó a barajar diferentes excusas, para escoger de entre ellas la que usaría para justificar su tardanza.

Hubo un tiempo en donde se sintió muy orgulloso de sí mismo, ya que apenas cumplió su mayoría de edad, y a pesar de la oposición de sus padres, decidió viajar a la capital de su país y establecerse. Solo.

Nunca olvidaría la expresión de su hermano el día que abandonó la casa paterna: era una mezcla de admiración y envidia, al ver como su hermano se embarcaba en tamaña aventura… la cual él nunca creía poder hacer por sí mismo.

Se inscribió en la universidad y comenzó la carrera de administración de empresas. Nunca la terminó.
Ya para esa época había abandonado su sueño de ser músico, debido al convencimiento de que la música no daba para vivir.
Lo único que quedaba de sus sueños era su guitarra de siempre colgada en la pared de su cuarto de alquiler.

Con el paso del tiempo había acumulado muchas cosas: varios divorcios; varios trabajos; una carrera universitaria frustrada; amargura; y frustración.
Solo quedaba el cascarón de lo que una vez fuera un espíritu indomable.
Había pasado de montañista y bohemio a “realista”.

amargado webEl paso de los años había endurecido en tal manera su corazón, que para ver el mundo ya no concebía otra forma de hacerlo que a través del cristal del cinismo y la amargura.
Para xxxx los sueños no existían.

- “Son una pérdida de tiempo. ¡Hay que ser realistas!” – decía ante cualquier comentario al respecto.

Para xxxx, ser realista implicaba desechar desde el inicio cualquier proyecto que no fuese convencional y que involucrase riesgos… y mas de tipo monetario.

Se había convertido en un experto en sueños y proyectos… pero para pronosticar porque no iban a funcionar. Nadie le ganaba.

Podía hacer una vivisección del proyecto planteado y disertar acerca de como iba a fracasar y porqué.
Lo de él era ir a lo seguro. Como seguro era su yermo salario; su estrecha cuenta bancaria… y el vacío en su alma.
No quedaba ni la sombra del montañista intrépido, para el cual cualquier cima era pequeña.

- “¡Por fin!” – no pudo evitar decir en voz alta –; “Ya se movieron” – refiriéndose a los autos delante de él.

En cuanto pudo, tomó un desvío que lo condujo al atajo que desde hace mas de diez años usaba un día tras otro para dirigirse a su trabajo; y para regresar en la tarde al hogar.

Como pudo pisó el acelerador y en quince minutos estaba estacionando su vehículo en el sótano de la compañía.
Tenía 45 minutos de retraso.

- “Me van a matar” – pensó.

Apenas entró a su oficina, vio a su jefe enfilar hacia él llamándole por su nombre. La regañada demoró 5 minutos.

Malhumorado se dirigió hacia su cubículo; se acomodó y se dispuso a tratar de sobrellevar el día.
Los papeles se acumulaban en la bandeja de “Entrada” y en la de “Listo” solo había una página.
Rápidamente su mente se hundió en el sopor de la rutina, para olvidar como odiaba su trabajo.

Esa noche llegó a su casa y por un extraño motivo tomó la guitarra. Tenía años sin siquiera reparar que estaba colgando de una de las paredes de su sala. Rasgó sus cuerdas.

guitarrista-01 Con asombro se dio cuenta de que su oído todavía podía detectar la leve falta de afinamiento que la misma tenía.
Sus torpes dedos – como poseídos por el espíritu del músico que alguna vez fue – procedieron a afinar el instrumento.
Probó un par de acordes y, con una satisfacción que hacía años no sentía, comprobó que sonaba perfectamente.

Con una toalla limpió el polvo acumulado sobre la madera del instrumento hasta dejarla reluciente. Comenzó a tocar.

Con cada nota dentro de su alma fueron despertándose cosas que creía dormidas: sentimientos, sensaciones, emociones, vida…
Esa noche tocó por horas.
No importaba: no había nadie en casa para escucharle.

Ese fin de semana, apenas salió de su trabajo se dirigió a su armario y de lo mas profundo de él sacó sus aditamentos de acampar y se prestó a preparar su viejo equipaje de montañismo.
Ahora comprendía porqué siempre le había costado deshacerse de él.

No importaba si no tenía las condiciones o la edad para ello: había escogido una montaña de la localidad y se había propuesto subir hasta su cima.
Subiría esa montaña, así fuera lo último que hiciera.

Se lo debía a sí mismo.

Autor: Yohel Amat

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