domingo, 26 de julio de 2009

El muchacho y la fortuna

Pozo del herradero

A la orilla de un pozo,
Sobre la fresca yerba,
Un incauto Mancebo
Dormía a pierna suelta.
Gritóle la Fortuna:
«Insensato, despierta;
¿No ves que ahogarte puedes,
A poco que te muevas?
Por ti y otros canallas
A veces me motejan,
Los unos de inconstante,
Y los otros de adversa.
Reveses de Fortuna
Llamáis a las miserias;
¿Por qué, si son reveses
De la conducta necia?»

Félix M. Samaniego

En esta fábula tenemos a un joven el cual para reposar y dormir no pudo encontrar un sitio mas imprudente que a la orilla de un pozo a ras de tierra.
Con cualquier giro de su cuerpo mientras duerme, puede caer dentro del mismo y morir o, en el mejor de los casos, quedar seriamente herido.

La diosa Fortuna al verlo en tan precaria posición le hace ver al incauto lo insensata de su decisión y el innecesario peligro al que se expone.

Esta fábula nos ilustra que en muchas ocasiones tendemos a despotricar contra la vida; contra Dios; contra los astros; contra la suerte; o lo que sea; dejando por fuera el principal causante de nuestras desgracias e infortunios: nosotros mismos.

La naturaleza humana nos impele a buscar culpables por nuestros predicamentos - de cualquier tipo –, ya que nuestro ego muchas veces nos impide ver como una serie de pequeñas acciones - casi desapercibidas – de nuestra parte nos han conducido hasta nuestra incómoda situación actual.

Esto es así debido a que hasta el más ligero movimiento ejercido sobre el timón de nuestra vida, cambia nuestro rumbo y nos lleva hacia otro destino… muchas veces alejado de nuestro objetivo inicial.

Cuando el peligro parece ligero, deja de ser ligero. - Sir Francis Bacon

Esto sucede así, debido a que nuestras acciones diarias no producen – en la mayoría de los casos – consecuencias notables o significativas en el momento, sino que las mismas se van acumulando (“¿Para que Lado se inclina tu balanza?” - http://yohelyav.blogspot.com/2009/07/para-que-lado-se-inclina-tu-balanza.html) hasta alcanzar un “peso” significativo y entonces es que se hacen notar sus efectos, generalmente cuando ya son una carga muy pesada.

Por ejemplo, si cada vez que comemos de mas se nos cayera un diente, téngalo por seguro que en la siguiente ocasión evitaríamos hacer dicha acción, ya que apreciamos en mucho nuestra integridad física.
Sin embargo las consecuencias de comer de más son imperceptibles a simple vista, ya que se reflejan en forma de acumulación de depósitos de grasa y deterioro gradual de nuestra salud. Poco a poco; día a día; mes a mes; año a año.

Cuando nos damos cuenta, ya no cabemos en los pantalones y somos candidatos a una multitud de enfermedades como consecuencia de nuestro sobrepeso.
Muchas veces ya es demasiado tarde: nos hemos caído dentro del pozo por subestimar el peligro y dormirnos a su orilla.

¿Sería justo entonces que cuando sufrimos las consecuencias de nuestros actos – hayan sido grandes o pequeños – maldigamos a los dioses o busquemos culpables por nuestro infortunio? Ciertamente, que no.

Deberemos ser lo suficientemente maduros para darnos cuenta cuales de nuestras pasadas acciones nos condujeron hasta allí; aprender de ello; ponernos el firme propósito de corregir actitudes; y comenzar a avanzar en el sentido acorde a nuestros mejores intereses.

Una forma sencilla de interrumpir las cadenas de micro acciones que nos llevan al infortunio, es que a cada acto diario le apliquemos un filtro en forma de pregunta para determinar si su ejecución es de edificación nuestra o no.
Cada vez que vayamos a hacer algo preguntémonos:

¿Sirve esto que voy a hacer para alcanzar mis metas o no?

Así de simple; así de sencillo.

Si la respuesta es no, no lo hagamos y en su reemplazo busquemos otra actividad que si nos acerque a nuestras metas de vida; o que por lo menos no nos ponga en peligro.
¿Comerme ese postre extra me va a ayudar a alcanzar la excelencia en mi vida? La respuesta es obvia, por lo tanto no lo hagamos.

Para los efectos de nuestra fábula, definitivamente que dormir a la orilla de un pozo a ras de tierra, en nada va a ayudar a nuestro joven mozo a continuar con su camino.
Mal podrá, al encontrarse en el fondo del pozo luchando por su vida, entonces levantar el puño y maldecir a los hados por su infortunio cuando el único culpable de su desgracia es él mismo.
Dixi

Autor: Yohel Amat

No hay comentarios:

Publicar un comentario